Juramento de los "Servidores de la Vida".
Escrito por el venerable profesor Jérôme Lejeune para la Academia Pontificia para la Vida
«Ante Dios y los hombres, nosotros, los Servidores de la Vida, testificamos que todo miembro de nuestra especie es una persona. La devoción que cada uno merece no depende ni de su edad ni de la enfermedad que pudiera sobrevenirle; desde la concepción hasta sus últimos instantes, es el mismo ser humano quien se desarrolla, madura y muere. Los derechos de la persona son inalienables desde el principio. El óvulo fecundado, el embrión, el feto no puede ser donado ni
vendido. No se le puede negar su desarrollo continuo dentro del cuerpo de su madre. Nadie puede someterlo a forma alguna de explotación. Nadie puede atentar contra su vida, ni su padre, ni su madre, ni ninguna autoridad. Por consiguiente, la vivisección, el aborto y la eutanasia, no pueden ser actos de un Servidor de la Vida.
Asimismo, declaramos que las fuentes de la vida deben ser preservadas. Patrimonio de todos, el genoma humano es indisponible. No puede ser objeto de especulaciones ideológicas o mercantiles. Sus particularidades no pueden ser patentadas.
Preocupados por perpetuar la tradición hipocrática y por conformar nuestra práctica con los preceptos morales del Magisterio Romano, rechazamos toda degradación deliberada del genoma, toda explotación de los gametos y todo desajuste provocado de las funciones reproductivas. Reafirmamos que el alivio del sufrimiento y la curación de las enfermedades, la preservación de la salud y la reparación de los errores de la herencia genética son el objetivo de nuestros esfuerzos, salvaguardando siempre el respeto de la persona».